La he visto atardecerse enmudecida
curvada su vejes sobre la artesa,
restaurando en la sombra la limpieza
con sus manos ajadas por su vida.
Le traen tanta ropa oscurecida
los días de placer y de pereza,
tanta mancha de dicha o de tristeza,
de espernza y de lucha comprtida.
Qué larga y silenciosa su jornada
entre el humo y el fuego, entre la helada
compañía del agua y de su invierno.
Cómo no ha de brillar la ropa ajena
si la enjuagan los ríos de su pena,
su llanto que no ven, su llanto eterno!
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